Investigar sobre el funcionamiento del cerebro no es fácil y aún nos falta mucho por entender. En ese camino de construcción del conocimiento a veces aparecen ideas o teorías que son incompletas o simplemente equivocadas. Aquí intentamos darte algunos puntos importantes sobre lo que realmente sabemos y lo que no es tan cierto.
¿Solo usamos el 10% del cerebro?
Este mito es el resultado de la mala interpretación. Se dice que William James, psicólogo del siglo XIX, afirmó que el ser humano no desarrolla todas sus capacidades y que de todo lo que estamos en capacidad de hacer, logramos solo un pequeño porcentaje. Sin embargo, esta afirmación no hace referencia al uso anatómico del cerebro: ¡No explorar todas nuestras capacidades nunca será consecuencia de usar solo una pequeña parte de nuestro cerebro! Los motivos son mucho más complejos.
Hoy en día podemos utilizar diferentes métodos para medir la actividad cerebral con regiones muy específicas de nuestro cerebro. En realidad, lo que sabemos es que nuestro cerebro en su totalidad se encuentra en constante funcionamiento, incluso cuando dormimos. El cerebro es el órgano que consume más oxígeno para su funcionamiento (cerca al 20% de lo que inspiramos), es decir, es nuestro órgano más costoso. No utilizar el 90% de él sería como tener un carro de lujo, estacionado y encendido, gastando gasolina, pero sin jamás salir a dar una vuelta.
¿El hemisferio izquierdo es analítico y el derecho creativo?
Cuando vemos representaciones del cerebro siempre notamos que tiene dos partes o hemisferios, y durante mucho tiempo se ha mantenido viva la idea equivocada que el hemisferio izquierdo se encargaría del pensamiento analítico y el derecho de la parte creativa.
Lo que sabemos es que los dos hemisferios procesan información de nuestros sentidos que viene de diferentes partes del cuerpo, por ejemplo: una gran parte de lo que nuestro ojo izquierdo ve, se procesa en el hemisferio derecho, y viceversa. Sabemos también que hay una tendencia a que funciones como el lenguaje están predominantemente más relacionadas con el hemisferio izquierdo. No obstante, nada de esto significa que procesos tan complejos como el pensamiento analítico o creativo se restrinja a uno sólo lado de nuestro cerebro. De hecho, algo que nunca queda evidente en las representaciones del cerebro que conocemos, es que esos dos hemisferios sean unidades independientes, ya que entre ellas hay millones de conexiones nerviosas que forman el llamado cuerpo calloso. Es decir, el cerebro es uno solo y tareas como resolver ecuaciones matemáticas o encontrar inspiración para pintar un cuadro, necesitan de mucho más que una sola mitad.
¿Qué es el efecto Mozart?
Muchos de nosotros hemos escuchado sobre el llamado efecto Mozart, que plantea que escuchar música de Mozart de alguna forma potencializa la inteligencia. Esta idea nace en la década de los noventa cuando un estudio publicado en una prestigiosa revista describió cómo estudiantes universitarios que escucharon una pieza de Mozart mejoraron sus capacidades de cierto tipo de raciocinio, comparado con otros estudiantes que se mantuvieron en silencio o simplemente conversando. La idea de encontrar una fórmula mágica para volvernos más inteligentes es peligrosamente seductora, y esto generó una propagación de ideas inexactas generando incluso un comercio importante de recursos relacionados que iban desde CDs hasta cursos. Lo que aquel estudio inicial mostraba era, en realidad, que un pequeño estímulo placentero al sistema nervioso puede tener un efecto beneficioso, aunque pasajero, en el desarrollo de ciertas tareas. No obstante, esto ni está directamente relacionado con Mozart, ni significa un cambio permanente en nuestras capacidades cognitivas. De una forma simplificada, podríamos pensar el efecto Mozart como aquel que experimentamos cuando tenemos que trabajar y preferimos colocar una música que nos gusta, sin importar cuál sea, en vez de hacer nuestras tareas en silencio.
¿Existe un área del cerebro para todo?
Comúnmente escuchamos hablar sobre la existencia “el área cerebral del amor”, o “el área del cerebro donde está la inteligencia”, o entonces queremos localizar en el cerebro en dónde se encuentran las memorias, y así tal vez remover alguna que no nos gusta. A pesar de que cierto tipo de información es procesada preferencialmente por áreas específicas del cerebro, la verdad es que éste funciona como una unidad altamente interconectada, lo que hace extremadamente difícil restringir el procesamiento de cosas tan complejos como la emoción o la memoria, a un área en particular.
Consideremos por un momento en el amor que tenemos por nuestra madre: si pensamos detenidamente, ese amor está construido a partir de información sensorial (aquella vez que la vimos llegando, el sabor de la torta que nos hizo para el cumpleaños, la sensación de darle la mano al atravesar la calle cuando éramos chicos) colocada en un contexto emocional (la torta de cumpleaños que estaba deliciosa, siempre nos pareció que nos apretaba demasiado fuerte la mano al pasar la calle) e interconectada por nuestras memorias (partimos del hecho que nos acordamos de todo eso). Eso significa que el sentimiento activaría no solo una, sino muchas áreas del cerebro; es decir, como una unidad. El desafío, entonces, no sería localizar el “área del amor” sino entender de qué forma la evocación de un sentimiento como éste, activa las diversas áreas involucradas y cómo ellas están interconectadas y trabajan en conjunto.